domingo, 20 de diciembre de 2009

Mis cuentos: Al Otro lado del paraíso


Claude Monet - nenufares


Al otro lado del paraíso




Sus ojos se iluminan mientras sonríe, pero él permanece ahí, ajeno a nosotras. Su vida oscila en un interminable presente al otro lado del paraíso. Stéphanie, su madre, lo arrulla cada noche mientras le canta una canción. Alexandre tiene 5 años, el brillo alegre de sus azules ojos la llena de ternura, mientras afuera el cielo oscurece de repente, lanza sus quejidos y la lluvia cae con fuerza sobre su corazón turbado.
A duras penas lográbamos que diera unos pasos, lo parábamos y una vez de pie lo tomábamos de ambas manos y lo arrastrábamos lentamente. Uno, dos, tres torpes pasos, luego se tiraba al suelo y se sentaba, una vez más su mirada quedaba suspendida.
Alternaba mis clases de francés con el cuidado de Alexander. Por las tardes, iba directamente al colegio a recogerlo. Sus profesores me ayudaban a quitarle el mandil y a meterlo en el carrito, él se dejaba manipular como un muñeco de trapo, llevaba una gran sonrisa pegada al rostro. El colegio quedaba en los bajos de una colina, en el barrio de Val d’Or, en las afueras de París, para regresar a casa tenía que empujar el carrito subiendo la colina. A duras penas avanzaba, cada cierto trecho me paraba, respiraba profundamente y continuaba. A veces, cogía una gran bocanada de aire, me armaba de valor y subía el carrito corriendo; las ganas de llegar a casa pronto me daban el impulso y una extraña sensación me oprimía el pecho y me llenaba de desasosiego. Y, súbitamente, Alexandre lanzaba una carcajada larga de placer. Lamentablemente, el combustible no duraba mucho tiempo y mis piernas flaqueaban y perdían el ritmo. De un sopetón me paraba, inmediatamente un quejido atonal salía de su boca y movía su redondo cuerpo en desorden con fuerza. Una vez más recomenzaba mi ascenso a ritmo normal mientras Alexandre se iba calmando.
La familia vivía en la planta baja de un elegante edificio. Tenían acceso a un coqueto y acogedor jardín. Desde lo alto de la colina divisábamos una diminuta torre Eiffel. Algunas tardes de primavera el cielo anaranjado iluminaba París como en una tarjeta postal y desde la ventana contemplaba embelesada la imagen.
Stéphanie trabajaba cerca de la casa, se desempeñaba como administrativa en una empresa informática en el barrio de La Défense. Era optimista y alegre, cuando llegaba a casa, lo primero que hacia era ir corriendo a abrazar a Alexandre, él la recibía con su sonrisa indiferente. Luego, se me acercaba y conversábamos, hablábamos de todo y de nada y siempre me preguntaba lo que quería comer al día siguiente. Poco a poco se fue enterando de mis preferencias y compraba generosamente todo lo que me gustaba, incluyendo esos postres innombrables de la exquisita pastelería francesa. Al marido lo vi una vez, trabajaba como ingeniero en una empresa de alta tecnología y siempre andaba de viaje por el mundo.
Cuando me dirigía a Alexandre lo hacia con dulzura y lo dejaba jugar o mecerse sobre sí mismo. A veces, su mirada se quedaba fija en la pantalla de la televisión, parecía que estaba muy concentrado mirando su programa favorito, pero si cambiaba de canal, sus ojos permanecían estáticos. Casi nunca protestaba, salvo cuando queríamos cambiarlo de ropa o desnudarlo para el baño. Le gustaba la bañera y solía dejarlo sentado con todos sus juguetes, yo me quedaba en la sala escuchando música pero atenta a sus movimientos. A cada momento entraba a ver lo que hacía. A veces lo encontraba jugando alegremente con sus excrementos. En esos momentos hacia tripas corazón y me armaba de valor y sacaba la caca con la mano, una a una y la tiraba al wáter. A veces me daban arcadas, sentía un asco profundo y cuando terminaba me frotaba las manos con jabón una y otra vez hasta dejarlas rojas tratando de desaparecer el menor rastro de excremento. Inmediatamente después, quitaba el tapón de la bañera y dejaba correr el agua amarilla, abría la llave de la ducha y lo enjuagaba varias veces, luego lo jabonaba y lo enjuagaba con abundante agua. Repetía la operación hasta que sentía que el niño había quedado limpio otra vez. Hacia un esfuerzo por calmarme sino el niño lanzaba un aullido muy largo. Poco a poco aprendí a seguir su ritmo y a liberar de mi interior la ternura de la compresión.
Una tarde Stéphanie me pidió que cuidara al niño hasta las 12 de la noche, la habían invitado al cumpleaños de una de sus colegas de oficina. Yo acepte, lo único que le pedí fue que no se retrasara ya que quería marcharme en el último tren.
La tarde del viernes llegó y, tal y como convenimos me quedé con Alexandre. Jugamos un buen rato y luego del baño lo acosté. Se quedó dormido plácidamente y, a las doce de la noche estaba lista para salir corriendo en busca del último tren, sólo que Stéphanie no llegó. Cuando hube perdido el último tren me senté en el sofá cama a esperarla. La noche se hizo eterna.
A las cuatro de la madrugada abrió la puerta, entró sin hacer ruido, con los tacones en la mano, yo me levante furiosa del sofá. Le dije que la había estado esperando desde las doce, y que mi novio me esperaba en casa, ella respondió:
- Lo siento.
Luego una estrepitosa carcajada salió de su boca. Tenía aliento a alcohol y repitió:
- Lo siento. No se como ha podido pasar. Por favor, sirve dos whiskys, bebamos un poco, charlemos.
Sigo enfadada pero obedezco sin protestar. Voy por los whiskys, me siento a su lado en el sofá cama del salón. Ella continúa riendo y pronuncia frases sueltas e incoherentes. Luego con una sonrisa alza su copa:
- Por Antoine. Por su abandono. Pon música, a mi también me gusta bailar.
Tenía miedo de despertar a los vecinos, pero mucho más de despertar a Alexandre, por eso cerré la puerta de su dormitorio, él dormía profundamente. Tal como ella quería puse un disco para bailar. Me senté a su lado y sorbí un trago de whisky.
- Tengo miedo. A veces por las noches cuando estoy sola temo que algo me pase y nadie se ocupe de Alexandre. Antoine siempre está de viaje. Cada vez lo veo menos, ahora esta en China en un gran proyecto. Tampoco cuento con mi familia ni con la de él. Cada cual vive su propia vida. ¡Vive la France!
Me jala la mano con repentino entusiasmo y me dice:
- Bailemos.
Bailamos un momento, trato de concentrarme en el baile para aliviar la tensión y finjo un poco de alegría, pero ella me abraza y rompe en llanto. Yo le hablo con aquella ternura con la que me dirijo a los niños, la llevo a su habitación, busco su pijama y la ayudo a quitarse la ropa y luego a ponérsela. Cuando está lista, me coge la mano y me lleva a la habitación de Alexandre. Se agacha, le da un beso, por unos instantes su rostro se ilumina. Le cojo la mano y la arrastro una vez más a su habitación. La acuesto, la tapo y suplica por última vez:
- No me dejes sola.
Con voz bajita como un suspiro que nace de adentro.
- Me quedaré hasta que te duermas. Shhhhh. Duerme, no me iré.
Me siento al borde de la cama, la acomodo y pega su cabeza a mis caderas. Le acaricio la frente y los cabellos, inmediatamente después, le cantó la misma canción que a Alexandre cuando quiero que se duerma, tan sólo un susurro para invocar el sueño. Poco a poco, mi voz se funde en el silencio y su rostro se relaja, mientras sus pensamientos se pierden en la oscuridad de la madrugada, la misma en la que habita Alexandre.

María Germaná Matta - En Madrid, a 19 de marzo de 2006
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

martes, 8 de diciembre de 2009

Cuento: La elegida - Por Lilian Elphick


Jean Cocteau

La Elegida
Por Lilian Elphick

Un coup de vent sur tes
yeux et
je ne te verrais plus
A. Breton

I. En Santiago no llueve nunca, pero hoy sucede lo contrario: la mampara de pavos reales está empañada, la casa oscura, un poco fría. Salgo.
Camino por ciertas calles que no tienen salida directa sino que dan vueltas y vueltas, terminan en plazoletas y luego continúan. Me gusta perderme y caminar sin rumbo bajo esta lluvia. Elijo esta calle y no otra. A pesar de ser lunes no veo gente; no me inquieta, es más, me gusta que sea así.
Al llegar a una esquina hay una mujer joven. Está parada esperando cruzar. Avanzo hacia ella, no sé por qué no cruza. No hay semáforo ni automóviles. Sigo de largo; finjo comprar algo en un negocito de verduras. Desde allí vuelvo a observarla, sigue donde mismo, balanceándose arriba de la cuneta, las manos en los bolsillos. El olor del zapallo cortado es agradable; el hombre que atiende me habla. Yo asiento mientras observo las grandes pepas del zapallo calado, las hilachas. Al levantar la vista, los bigotes cerdosos del hombre me molestan, podría sentir sus púas clavándose en mi cara. Para acabar la conversación le compro un paquete de cigarrillos y me despido de él para volver a mirarla. Está donde siempre. Retrocedo, voy en su dirección. A unos tres metros me detengo y no sé qué hacer. Parece no verme. De lejos, su abrigo simulaba ser un simple impermeable; pero no, tiene botones dorados, metálicos, grabados con motivos marineros. Me acerco cautelosa, comprobando que el agua le corre por el pelo igual que a mí y que no espera nada de este día imaginario. Ella me mira y apenas sonríe.
No hablamos del tiempo ni de sus arbitrariedades mientras avanzamos en la misma dirección. Ha estado buscando trabajo desde hace horas y el desánimo le surge feroz de sus ojos grises.
Yo también le cuento una historia de abandonos y de calendarios inútiles. A ella no le importa que el agua se le meta por el cuello.
-El mundo se va a acabar- me dice serenamente- pero quedarán algunos, los elegidos, ¿me entiende?
Yo no respondo, la invito a tomar un café, al lugar de Rosas.
Ella acepta y sonríe triste. Me gustan sus ojeras y la tomo del brazo como si la conociera desde siempre.
Hablamos durante horas y la lluvia no declina. Con el cuerpo tibio salimos a la calle, espero que se despida, retarda el momento, debe tener otras cosas que hacer, seguir buscando trabajo, o tomar el bus de vuelta. Me pregunta: ¿vamos al centro? Por primera vez, la hora no me preocupa. Le digo: sí.
Caminamos lentamente por calles que yo conozco demasiado, algunas veces ella se detiene a mirar las vitrinas. Sin embargo ella no mira, sus ojos se pierden en un camino recto, interminable, atraviesan los maniquíes, como si quisieran ir más allá de todo. El viento me refresca cuando veo cómo una anciana busca desesperada un taxi, con un pedazo de papel protegiendo su cabeza.
Después de una hora de peregrinación le propongo entrar a un hotel. No entiendo mi propia invitación, por qué no a mi casa, allí estaríamos a solas, sin interrupciones, además hace tiempo que ya no recibo visitas inesperadas. Pero, ¿por qué este querer estar solas?, sé que ella también lo siente, por eso nuevamente acepta, sin mirarme, aunque le adivine su sonrisa de pecados secretos.
Es bella cuando se saca el abrigo de paño negro y su cuerpo se refleja mohoso en el espejo. Mi cabeza se asoma detrás de ella. La abrazo.
Contemplamos esta escena por un tiempo suprimido. Ella no parece darse cuenta de su protagonismo y mira asombrada cómo yo le retiro el pelo húmedo de los hombros y lo ordeno hacia arriba, dejando libre su cuello, soplando despacio para darle más calor a sus orejas frías. Cierra los ojos y permite que le desabroche la blusa. Poco a poco va girando hasta encontrarnos en pechos que se rozan. Quiero que sus pezones aparezcan erectos y enormes. Los adorno de saliva. Sus pezones brillan rosados, ínfimos, como semillas de granada. Ella gime a medida que mi lengua baja hasta su ombligo. Se recuesta en la cama y abre sus piernas. Mi lengua desciende, ella se arquea, las caderas oscilan, me frena y susurra algo.
La beso. Me busca los labios. Ciega cachorra. Oigo que cantan afuera, los hacen callar, siguen haciéndolo hasta que los cantos se pierden, luego, a lo lejos, oigo el ulular de una sirena.
Ella se deja ir como en un baile antiguo. Me abraza y echa su cuerpo hacia atrás en un apuro que trato en vano de retener, hasta que grita estremecida por sueños desenfrenados.
..... La elegida grita muriendo sobre mi. La elegida dormita con su cara pegada a mi clavícula. La elegida no se da cuenta de que por la claraboya del techo se descuelga la lluvia y que ya da igual este silencio de noche clausurada. La abrazo tratando de buscar calor en toda su humedad y espero que ella se despierte.
II. Usted no quiso abrir sus ojos, y cuando lo hizo fue como despertar de un mal sueño, algo nuevo, incómodo quizás.
¿Habrá oído mis canciones? Sus manos buscan a tientas el espacio que yo he invadido. Silenciosa se toca el cuerpo, intentando reconocerse, se toca las piernas, el vellón triangular de su pubis. Pero sus manos siguen buscando lo que añora, en una nostalgia llena de casualidades.
Ella me pregunta dónde estoy.
Usted se refiere a un episodio de su vida, intenta contarme lo que ya sé, un encuentro casual entre dos mujeres. Tartamudea, se arregla la ropa, se alisa el pelo, se palpa las mejillas, sus palabras tropiezan y caen.
¿La volveré a ver? usted se esconde frente al espejo para no responder. Su reflejo no puede responder. Yo no la miro a usted, miro a una mujer de mejillas sonrojadas que se alisa el pelo y lo ordena y que palidece y se enfría y que palidece cada vez más, que mira fijamente el contorno de una mujer que palidece frente a un espejo.
Ella no responde, intenta huir, desasirse del calor fugaz que le recuerda arena en invierno.
Tengo miedo de que se vaya, que cruce mi soledad por la mitad y se marche, caminando sin prisa, sin mirar hacia atrás, despidiéndose apenas.
Usted no sabe que el azar irrumpe sin que lo hayan llamado. Usted no sabe cómo durmió sobre mí, que yo la acaricié, que silenciamos la lluvia, la misma que ahora nos insulta, que yo le di calor, usted no sabe porque durmió, cerró los ojos y estrechó mi cintura, se hundió en mí, y soñó con un hombre joven. Ella me mira y en mí no quedan más que preguntas. Abotona lentamente el abrigo de paño negro y es bella, más bella que antes, toma su bolso, su pañuelo floreado, se desorienta, busca en vano la puerta y, por última vez, mira a la mujer del espejo. Por última vez le sonríe, gira hacia mí y sonríe.
¿Cómo se llama? le pregunto a usted, usted que sale y se macha hacia la calle, alejándose.
Usted no sabe que yo me quedo aquí y que vuelvo al espejo. Antes de legar a él, un escalofrío recorre la hendidura de mi espalda. Pero al fin llego y descubro. Me acerco hasta rozar mi cuerpo con el vidrio opaco.Usted no sabe que se ha llevado mi reflejo.
III. Su nombre es Miriam. Dijo: Mi nombre es Miriam. No conocía tan bien su voz como ahora, voz que existe sólo en el recuerdo. Miriam. Nunca más volví a verla. Se fue, tomó su bus o un taxi o caminó, desapareciendo. Quise seguirla, acompañarla. Negó con la cabeza, puso su mano blanca en mi hombro para detenerme. La puso y la sacó con la misma lentitud con que se arregló el pelo, antes de partir, mucho antes, cuando me sonrió.
He vuelto a aquel lugar, he vuelto tantas veces a mirar el pequeño letrero que sólo dice Hotel Andes, la vieja puerta siempre cerrada, como si nadie entrara o saliera.
No ha llovido e Santiago. E sol se ha quedado quieto, casi a punto de estallar. Siento nostalgia por usted, Miriam, pero ya no la busco, sólo la sueño cuando me miro desnuda, sentada en una silla frente a mi espejo, sólo la extraño cuando mi mano descansa entremedio de los musos, tibia y húmeda, sólo la deseo y la nombro en la sencillez de este rito que cumplo, Miriam, por toda esta nostalgia, acariciándome a la hora de las siesta interminable, por usted, Miriam, beso mi propia sombra y la muerdo y la beso nuevamente, lamiéndola, inventándole lujuria a sus pechos y a su sonrisa de museo, recorriéndola, mi elegida sin memoria, hasta que las palomas que anidan en el entretecho me despiertan, hasta que sus arrumacos me trizan.
Ratas con alas.
Entonces, ahí la olvido.
Miriam.

Nota mía:

Lilian Elphick escritora, poeta. La conocí gracias a Internet, en especial a www.letras.s5.com
Según he buscado no existen ediciones fuera de Chile, una pena.
Sus cuentos nos abren miradas al interior del mundo femenino. Hay algo que incomoda, una puerta abierta que despierta inquietud, angustia, nos acerca a un mundo prohibido, desconocido y nos abre nuevas visiones sobre la condición femenina. En suma, Lilian Elpick es una extraordinaria escritora contemporánea.



Blog de Lilian Elpick

sábado, 31 de octubre de 2009

Otro de mis cuentos: Visitante Nocturno


Foto de Henri Fox Talbot - The Open Door - 1844



Visitante Nocturno


El resplandor de la luna ilumina la madrugada fatigada, el reloj marca la una, atravieso la ciudad, estoy de guardia. Las rutas como arterias se bifurcan, estoy perdido, tengo a penas quince minutos para llegar a mi próxima visita. Intento salir del atolladero, giro a la derecha por una carreta auxiliar, y de pronto, una turba de muchachas de todos los colores viene hacia mí, tengo que frenar, han inmovilizado mi coche. Contonean sus cuerpos con el descaro de la competencia voraz, van ligeras de trapos, ceñidos cual maniquíes de seda, llevando a cuestas los colores de la precariedad. Estoy en la Casa de Campo, todas me hablan a la vez: un griego, un francés, un completo… les pido que me dejen marchar: “Soy médico de urgencias”, tengo prisa, los pacientes me esperan. El coche no tiene ninguna acreditación, les muestro mi carnet. Uf, me liberan.
De vuelta por la carretera, el pitado de la blackberry anuncia el décimo aviso. Cada día incrementan los avisos, como si la noche se estirara o las distancias se acortaran, hay noches en que recorro 400 kilómetros, a veces el coche ladra, a pesar de que es nuevo. Ellos, los coches, tienen todos los turnos, nunca descansan, a duras penas aguantan unos cuantos meses. He llegado a la dirección indicada, toco, me abren la puerta, me recibe un hombre con el rostro de la ansiedad y me guía hacia una habitación donde se encuentra su mujer, una crisis de asma. Me detengo, la examino, reviso sus medicamentos, le hablo, la escucho, la tranquilizo, lo tranquilizo, extiendo la receta, pronto estará mejor.
Van quince días y aún no tengo noticias de mi salario, estoy cabreado. He hablado con Fernández, me dice: hay meses que tardan en pagar, y otros, te pagan dos meses juntos, o tres. No sé que hacer tengo que enviar dinero a mis hijos, no podré esperar tanto tiempo.
Continúo mi periplo por Madrid. El silencio y la quietud casi fantasmal imperan en las calles de los barrios elegantes, mientras que en los barrios populares prevalece el ritmo rebelde de la juventud, también están los barrios marginales donde las almas deambulan en busca de droga marcando su propio ritmo rastrero. Más anuncios, más niños, el invierno tiñendo los hogares de gripe. Llego, examino al peque, su tierno cuerpecito caliente, hablo con los padres, los calmo y extiendo por enésima vez la receta, mientras la blackberry sigue pitando. Van quince anuncios, toda la noche transitando de norte a sur y de sur a norte. Estoy agotado.
El pálido cielo de las primeras horas anuncia que pronto amanecerá, por fin terminará mi turno. Una empresa intermediaria nos emplea, casi todos somos extranjeros, cubrimos los anuncios de varias aseguradoras privadas, estamos solos, la empresa nos envía señales a través de la blackberry y el teléfono móvil, los pelos y señales necesarios para cada visita, un GPS nos guía, el inmaculado plano de Madrid llega vía satélite.
Ayer despidieron a Redondo, un colombiano, se fue a dormir un par de horas a su casa, llevaba varios días haciendo el turno de la tarde y de la noche. González tuvo un accidente la otra noche, afortunadamente no le pasó nada, pero el coche quedo herido de muerte. Aguilar, otro peruano los dejó plantados, consiguió otro trabajo.
Cada mañana antes de regresar a casa, voy al bar a tomar desayuno, una taza de café con leche y unos churros, cojo el periódico y paso la vista por las noticias, mi vista baila confusa las imágenes. Vuelvo a casa y me siento frente a la pantalla, hago zapping de un canal a otro hasta que la noche se retira de mí y el sueño me invade, me voy a dormir. A las tres de la tarde, me despierto, vuelvo al zapping, mi mente se atosiga de imágenes que van y vienen, voces que invocan marcas, la ilusión me endulza, me trasporta, una brecha que taladra mi pensamiento, ¿me libera?
Otra vez llega la noche. La blackberry comienza a emitir mensajes. Bebo café, mi cerebro se acelera, estoy listo para iniciar mi recorrido. Voy en busca del primer aviso. Toco la puerta, no me abren, al cabo de un momento una muchacha abre la puerta, de aspecto descuidado, muy delgada, su rostro esta pálido, casi blanco; según indica la blackberry, ha llamado pidiendo ayuda, lleva un par de intentos de suicidio. Me recibe con la mirada ausente, intento hablarle y arrancarle algunas palabras pero en su casa solo se escucha mi voz, se le han terminado los ansiolíticos, lleva varios días dando vueltas, me muestra la caja de medicamentos vacía, a modo de súplica me pide más ansiolíticos: “solo quiero dormir” añade. No puedo prescribirle ansiolíticos, tiene que venir alguien, me quedo, le hablo con el corazón y siento su miedo como una ventana que se precipita al vacio, luego llora y me da el nombre de su hermana, la llamo, hablamos, vendrá inmediatamente, llega, la recibo y hablamos, le doy la receta, se quedará a cuidarla. Vuelvo a mis pacientes, tengo un retraso importante, me he quedado casi 2 horas con la muchacha. No importa, hay que seguir.
La blackberry no ha dejado de sonar, más niños, más ancianos, la gripe ha cubierto la ciudad, mientras el cansancio se asoma en un bostezo. Me paro un momento, bebo más café, cuando el sueño me asalta aspiro su aroma y me reconforta, después de haber saboreado un largo trago, el cansancio me abandona, me reincorporo a mis anuncios, la noche se dilata.
No me pagan, sigo sin enviar dinero a mi familia, también tengo que pagar mi piso. He llamado a la empresa, dicen que tienen problemas de liquidez, que pronto harán la transferencia. Cojo nuevamente el móvil, marco el número de Fernández, seguro que sabe algo más. Su voz está alterada y antes que pregunte, me dice:
Han comprado una nueva residencia geriátrica, acabo de enterarme.

María Germaná Matta - En Madrid, a 10 de julio de 2009
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jueves, 22 de octubre de 2009

Mis poemas

Poema

La niebla desdibuja
a lo lejos
sus batallas de sirena,
pájaros sin rastro vuelan
el jardín de la incertidumbre.

El otoño ha llovido
sus silencios,
mientras, un ápice de luz
reclama pensamientos.

Por María Germaná Matta - En Madrid, a 21 de octubre de 2009

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Nathalie Stutzmann, contra-alto - cantando: Agnus dei de Bach, Misa en si menor

sábado, 12 de septiembre de 2009

Mis Cuentos: El ángel de la desesperanza


Filia Solar - Xul Solar

El ángel de la desesperanza


Le combat spirituel est aussi brutal que la bataille d’hommes; mais la vision de la justice est le plaisir de Dieu seul. Arthur Rimbaud


Hablar de París y no recordar a Roberto y a su madre resulta una ingratitud. Ella: una bella y tropical mulata Colombiana producto de olas migratorias de otros tiempos y de esclavos traídos del África cuando América era aún una esperanza; el padre, también colombiano, había regresado a su país en un ataque de pánico dejándolos solos con los sueños y la precariedad a cuestas.
Vanesa, de 24 años, vivía con su pequeño en una buhardilla de 10 metros cuadrados en la 7ª planta de un lujoso edificio del Campo de Marte al lado de la Tour Eiffel. Unos pocos rayos de luz iluminaban la habitación gracias a un gran ojo que hacia función de ventana, ubicado en la parte superior de la pared. Muebles viejos y deteriorados recogidos de aquí o de allá, su triste desarmonía describía las carencias sufridas por Vanesa y Roberto. El invierno era rudo: un pequeño radiador que a duras penas calentaba las frías paredes de la habitación, el agua era helada y cuando te lavabas las manos se te congelaban, la ducha, un proyecto que nunca llegó; el wáter quedaba afuera en el pasillo y lo compartían con el resto de habitantes de las buhardillas.
El optimismo de Vanesa era contagioso. También contaba con una inagotable fuerza de voluntad, la ilusión de ofrecer una vida mejor a su pequeño y su anhelada carrera de arquitectura le abriría nuevas puertas a la vida, salvo que, apenas lograba sobrevivir con su escaso sueldo de camarera a tiempo parcial en el MacDonalds. Su risa era contagiosa y su sentido del humor perspicaz. Iba por el segundo año de arquitectura y nos tenía a nosotras, sus amigas, que la ayudábamos como podíamos. A mí me tocaba recoger a Roberto de tres años en la guardería tres veces por semana. También contaba con la solidaridad de algunos de sus compañeros de clases, era algo tácito, si Vanesa no aparecía, uno de ellos fotocopiaba sus apuntes y se los entregaba en la clase siguiente.
Antes de cumplir con mi deber de amiga, limpiaba una casa en las afueras de París, era mi único trabajo, yo también era colombiana y tenía que enviar dinero a mi mamá. Siempre salía huyendo de dicha casa para recoger a Roberto. Llegaba con la respiración acelerada, después de haber corrido desde el metro, casi siempre era la última en llegar a la guardería. La cuidadora me recibía con el sermón de la puntualidad en el rostro e inmediatamente el nerviosismo se apoderaba de mí, era incapaz de responder con un discurso coherente, los labios me temblaban y sólo bajaba la mirada. Roberto me recibía con un beso de cansancio y muy a su pesar emprendíamos el regreso a casa. Caminábamos un par de calles antes de llegar a la boca del primer metro; luego bajábamos sus largas escaleras tomados de la mano, cuidando de no chocar con la muchedumbre que se apartaba de nosotros al no llevar el ritmo acelerado de la gran ciudad e íbamos abriéndonos camino entre empujones hasta llegar al anden; subíamos como asustados al vagón con un imperceptible suspiro de victoria; pero nuestra hazaña aún no había terminado; mirábamos con ojos de faro buscando un rincón donde ponernos a salvo de la multitud. Cinco eternas estaciones para conseguir el tan ansiado objetivo: llegar a casa.
Nos aguardaba la siguiente prueba de fuego: subir las escaleras de servicio de las siete plantas cuyo ascenso se hacia en una interminable ceremonia, suavizada por la vista de la majestuosa Tour Eiffel, su luz de neón iluminaba las estrechas e inclinadas escaleras. Íbamos subiendo lentamente y en silencio, tomados de la mano. Yo trataba de acelerar el ritmo pero cuando Roberto se cansaba se sentaba en un peldaño y extendía sus bracitos en señal de suplica. Lo miraba con firmeza y le decía: ¡no! A pesar de la expresión suplicante de sus chispeantes ojos negros, mantenía mi negativa. Tan sólo descansábamos unos minutos y luego seguíamos un nuevo trecho. Repetíamos la misma operación innumerables veces hasta que con un suspiro de alivio llegábamos a la séptima planta.
Una vez en la buhardilla había que cumplir con las tareas habituales de la tarde. Bañarlo era toda una proeza. Utilizaba una tina de plástico, calentaba agua en una cocinita de camping gas, luego tapaba el desagüe del gastado lavabo de porcelana blanco y mezclaba el agua fría del grifo con la que acaba de calentar: a Roberto le gustaba el agua caliente. Después, con la ayuda de una esponja, humedecía su cuerpecito; lo jabonaba con un gel de ducha y con una pequeña jarra vertía el agua para enjuagarlo; repetía la operación hasta que todo el gel había desaparecido, tratando de hacerlo lo más rápido posible para que el niño no se encogiera de frío. No solía quejarse, aceptaba su baño con resignación, pero a veces le castañeaban los dientes con fuerza por eso tenía que apretar el acelerador y terminar con el bendito baño. Inmediatamente lo envolvía en una toalla, lo abrazaba mientras lo iba secando y le cantaba procurando esconder con mi voz el tiritar de su cuerpecito mojado. Si no era suficiente, ensayaba disparatados juegos; en caso de urgencia utilizaba las cosquillas hasta la carcajada final; luego le ponía el pijama, preparaba la cena. Roberto comía con apetito. Mientras esperábamos a Vanesa, jugábamos o le leía un cuento.
Llevaba casi un año asumiendo mi rol de amiga abnegada y lo cierto es que las tardes con Roberto me parecían interminables, no soportaba su mirada suplicante, el niño se me iba desmoronado poco a poco entre melancolías y rabietas que a duras penas lograba calmar y cuando esto sucedía, sólo ansiaba que su madre apareciera por la puerta. Por eso, también los abandoné en un acto de sorda lucidez.

María Germaná Matta, en Madrid a 19 de febrero de 2006

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domingo, 6 de septiembre de 2009

Djuna Barnes, poesía


Foto de Berenice Abbott

Djuna Barnes, escritora. Nació en Nueva York en 1892, tuvo una vida agitada rompiendo con lo convencional. Educada por su padre y abuela. En sus inicios trabajo como ilustradora y periodista lo que le permitió conocer a gente interesante del panorama intelectual de su época tanto de la vanguardia americana como francesa. En 1915 publicó The Book of Repulsive Women. En 1922 publicó una interesante y conocida entrevista con James Joyce en Vanity Fair, luego publicó un libro titulado A Book, en 1928 publica Ladies Almanack y la novela Ryder. Gracias al apoyo de Peggy Guggenheim deja el periodismo y se dedica a escribir exclusivamente y da inicio a su conocida novela El Bosque de la Noche, publicada en Londres de 1936 con prologo de T. S. Eliot. En 1958 publica The Antiphon y en 1962 publica 10 relatos Spillway escritos en 1929. Bajo el título de Selected Works reúne: Nightwood, Spillway y The Antiphon, publicados también en 1962. De ahí en adelante se dedicó a escribir poesía hasta su muerte en 1982.
Su poesía es exquisita. Os dejo con una muestra:

Ocaso de lo ilícito

Tú, con tus largas y vacías ubres
Y tu calma,
Tu ropa blanca manchada y tus
Fláccidos brazos.
Con dedos saciados arrastrándose
En tus palmas.

Tus rodillas muy separadas como
Pesadas esferas;
Con discos sobre tus ojos como
Cáscaras de lágrimas,
Y grandes lívidos aros de oro
Atrapados en tus orejas.

Tu pelo teñido cardado a mano
Alrededor de tu cabeza.
Labios, mucho tiempo alargados por sabias palabras
Nunca dichas.
Y en tu vivir todas las muecas
De los muertos.

Te vemos sentada al sol
Dormida;
Con los más dulces dones que tenías
Y no has conservado,
Nos afligimos de que los altares de
Tu vicio reposen profundos.

Tú, el polvo del ocaso de
Un amanecer húmedo de fuego;
Tú la gran madre de
La cría ilícita;
Mientras las otras se encogen en virtud
Tú has dado a luz.

Te veremos mirando al sol
Unos cuantos años más;
Con discos sobre tus ojos como
Cáscaras de lágrimas;
Y grandes lívidos aros de oro
Atrapados en tus orejas.

(DE El libro de las mujeres repulsivas, 1915)

¡Ay, Dios mío!
¡Ay, Dios mío, qué es lo que amamos!
¿Esta carne puesta en nosotros como un guante arrugado?
Huesos tomados deprisa de alguna lujuriosa cama,
Y por ímpetu, el empujón del diablo.

Qué es lo que besamos con prisa,
Esta boca que busca la nuestra, o aún más ese
Pequeño ojo lastimoso en la engañada cabeza,
Como si lamentara aquello que a nosotros nos falta.

Este pálido, este más que anhelante oído atento
Que oye de la lastimosa boca el suave lamento,
Para marcar la silenciosa y la angustiada caída
De aún otra caliente y deformada lágrima.

Brazos cortos y magullados pies muy separados
Para caminar eternamente con nosotros desde la salida.
¿Ay Dios, es esta la razón que amamos
-No son tales cosas golpes mortales al corazón?

(The Little Review, 1918)

Llorado (Y otros preguntan…)
Y otros preguntan. ¿Cómo es ser poseída
Por una que no puedes retener, al ser ella vieja?
No hay pájaro en mi ojo construyendo un nido
Para una novia que tiembla contra el frío,
Ni hay allí una garra que pueda detenerla
-Yo evito que la pezuña pise su aliento-
La enmarañada señal que cuelga ensuciando un hilo,
El que la une al mundo terrenal. Yo contesté
en un suspiro
Mantengo una mujer, como todos lo hacen,
nutriendo la muerte.

Versión de Osías Stutman y Rosa Lentini.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Mis cuentos: Hero y Leandro


Hero, cuadro de Frederic Leighton.

Tal y como les había prometido quiero compartir este cuento: Hero y Leandro, este cuento se me ocurrió mientras estaba en el taller de literatura de Mª Ángeles Maeso, hablamos sobre mitos y actualizarlos. La primera vez que escribí la historia no me gustó, le faltaba alma, después de un tiempo leí Medea de Christa Wolf y fue como un clic, volví a mi historia y la reescribí.
El mito dice que Hero era una sacerdotisa de Afrodita y un día Leandro viene a rezar al templo y ambos quedan prendados, sólo que sus padres se oponían....
Los dejo con mi historia, también de migración. Con esta historia participe en el concurso de cuentos que organizó el consulado peruano en Madrid y quedé finalista, lo publicarán, según dicen.
Espero les guste:

Hero y Leandro

«… por tu amor, cruzaría hasta las olas salvajes.»
(Leandro a Hero. Mus.203)

Levanto mi mano con torpeza para acallar el impaciente silbido del despertador. Mientras atravieso la bruma de mi despertar y es ahí cuando la imagen de Leandro viene a mí, doy media vuelta, sonrío y aspiro desde el umbral de mis recuerdos su olor. Me desperezo lentamente y luego aterrizo como cada mañana en las cuatro paredes de mi buhardilla. Sobo mis parpados con la yema de mis dedos y de un solo brinco me levanto de la cama. De prisa, más deprisa, son las seis de la mañana, pronto tendré que comenzar a trabajar.
He llegado a tiempo, son las siete, abro la puerta con mi propia llave. Trabajo en casa de los Poulet, una simpática pareja, tienen dos pequeños: Antoine y Hugue, de seis y ocho años respectivamente. Como todas las mañanas tengo que preparar rápidamente el desayuno: lavo las naranjas y las exprimo, coloco el zumo en una jarra, luego caliento la leche, pongo el baguete en la panera y preparo el café. El aroma me transporta nuevamente a Lima y la imagen de Leandro vuelve a iluminarme, un suspiro arremete, trato de disimular mi turbación, no vaya a ser que alguien abra la puerta, me ruboriza la ternura que asoma por mi rostro y con esa emoción revoloteándome vuelvo a la cocina de los Poulet. Extiendo el coqueto mantel sobre la mesa, coloco la panera, el bote de chocolate para los niños, la mantequilla y la mermelada. Pronto todos partirán, los niños al colegio y ellos dos a sus trabajos. Me quedo sola hasta las cinco, a esa hora recojo a los críos del colegio. Algunas veces voy al supermercado, me dejan una lista escrita. Es mucho más fácil, aún me cuesta hablar en francés, los franceses siempre andan de mal humor y alzan la voz por cualquier cosa, por eso temo dirigirles la palabra. Mi día transcurre entre la interminable rutina de la casa y los niños. Por la tarde; ellos son el bullicio alegre que me arropa. Y cuando el reloj anuncia las ocho y los Poulet ya están en casa, me marcho.
Una vez a solas en mi buhardilla, pienso en Leandro y sin darme cuenta siento su presencia, mi piel se escarapela, percibo la mueca de sus labios dibujando una sonrisa. A veces también creo escuchar su voz, mantengo su recuerdo pegado a mí como a un segundo aliento. Sé que pronto se reunirá conmigo.
Conseguí mi buhardilla gracias a la amiga de mi amiga, ésta me la cedió a cambio de una pequeña comisión. El edifico es del siglo XIX, impresionante, lujoso, contrasta con las cuatro paredes descoloridas de mi habitación, tan sólo nueve metros y sus muebles son una radiografía del paso del tiempo, el baño se encuentra al exterior, pero felizmente tengo un lavabo dentro que me permite asearme y cocinar, una mesita de madera, una cama individual y un armario de plástico reluciente, mi última adquisición.
A finales de mes habré terminado de reunir el dinero para comprar su billete de avión, el calvario llega a su fin, llevo meses ahorrando para traer a Leandro y también enviando dinero a mi madre para ayudar a mis hermanos. Había días en que pensaba que nunca lo conseguiría, afortunadamente eso ya no importa. Mi sueño de traerlo se está convirtiendo en realidad.
Leandro y yo nos escribimos a diario, todos los domingos lo llamo por teléfono para escuchar su voz susurrando: Hero; mi nombre y mi corazón se acelera, puedo sentir sus latidos sacudiendo mi pecho y agitando mis senos. Y, mi piel un rocío unísono de deseo.
Es fin de mes, esta noche me remuneran. Mañana iré a pagar la última cuota de su billete, si todo sale bien pronto estaremos juntos. Con ese billete podrá tramitar una visa de turista y como casi todos a nosotros, quedarse a trabajar.
No he podido dormir, ayer hablé con Leandro, él también estaba ansioso y al mismo tiempo feliz. Llegará a mediodía. Es inútil permanecer más tiempo en la cama. Me levanto, arreglo mi habitación y preparo algo de comer para recibir a mi chico. Aún queda suficiente tiempo para arreglarme. El espejo refleja mi imagen y repaso lentamente mi rostro, doy color a mis mejillas, aliso mi pelo, me colocó un gancho vistoso para liberar el pelo de mi rostro, luego cojo el pintalabios para acentuar el carmesí de mi boca, arqueo mis lacias pestañas y con un poco de rímel lucen más espesas. He elegido el vestido rojo, ese que tanto le gusta, me pongo los botines de tacón alto y me miro por última vez al espejo, ahora sí, vuelvo a ser la coqueta Hero de siempre.
Me dirijo al aeropuerto, tengo que tomar el metro y luego un tren, el aeropuerto queda fuera de la ciudad. Es inmenso, no sé donde se encuentra el terminal, los pasillos son muy largos, no dejo de caminar de un lado a otro, sigo la señalización y leo los tablones, tengo miedo de perderme. Por fin, he encontrado el terminal. Me acerco a la pantalla electrónica y todavía no figura el aterrizaje de su vuelo. El reloj parece detenerse, he comprado una bolsa de papas fritas para calmar mis nervios. Una vez más me acerco a la pantalla electrónica. Al fin, ha aterrizado.
Los primeros pasajeros comienzan a salir, se encuentran con sus familiares y la emoción intercambiada se refleja en sus tersos rostros. Continúan desfilando personas, parece que todos los latinos han salido, menos Leandro. Ahora todos son franceses, puede que se haya despistado y siga por ahí adentro. Ha pasado más de una hora, han salido todos los pasajeros, no entiendo que ha pasado, me acerco a preguntar, pero no me dan respuesta.
Al cabo de una hora, un hombre con pinta de latino se me acerca, supongo que me vio preguntando.
-¿Espera a alguien, señorita?
-Sí, a mi novio.
- y yo, a mi mujer.
Nos acercamos nuevamente a informes y esta vez nos dicen:
-En el vuelo había pasajeros ilegales, los han detenidos.
El hombre y yo nos miramos. Y, en la repentina palidez de nuestros rostros se dibuja la ansiedad.
Los días van pasado y Leandro sigue incomunicado. Lo van a regresar, estará detenido algunos meses, eso hacen con los ilegales. Me lo ha dicho la abogada de una asociación, ella es amable, pero según dice, su caso no tiene solución.
Se ha cumplido el plazo, hoy lo regresan.
Estoy agotada, mejor me acuesto. Me acurruco en la cama con esta manta calientita, miro al techo, una cumbre y sus cuatro muros me oprimen el alma. Desde la penumbra de mi conciencia un llanto entrecortado aflora con fuerza, viene desde adentro como un manantial agitado. Cierro mis ojos y trato de dormir, mañana será otro día.

Por María Germaná - En Madrid, a 24 de junio de 2007

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Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

martes, 4 de agosto de 2009

Danza orienta, una película de Raja Amari

Rojo Oriental (Satin Rouge), una película de Raja Amari

Directora: Raja Amari
Intérpretes: Hiam Abbass, Maher Kamoun, Hend El Fahem, Monia Hichri, Faouzia Badr
Fecha de estreno en España: 31 de julio de 2009

Lilia es viuda, tiene una hija adolescente y desde que enviudó su hija y su casa son el centro de su mundo. De pronto teme por su hija y va a verla a sus clases de baile, sigue al profesor y va a parar a un cabaret o sala de baile. Es así como su vida da un giro, entra en el cabaret y el ambiente la marea, la envuelve. Las bailarinas la invitan a bailar, su cuerpo se desliza y va transformándose gracias a la danza, una vez recuperada la confianza, baila frenéticamente, se libera y siente como su cuerpo se mueve al ritmo de la música. La danza es la llave de su liberación. Poco a poco va penetrando en ese mundo prohibido de la noche, con sus propias reglas, la doble vida representada por el día y la noche. La hipocresía de una sociedad donde las mujeres tienen que seguir unos códigos estrictos.
Danzar es un medio de expresión que sirve como ente liberador no sólo del cuerpo sino también del alma. Interesante película de la directora tunicina Raja Amari, una visión del mundo de mujeres en una sociedad machista.


lunes, 13 de julio de 2009

Magdalena Chocano, poesía


Foto de: Rosa Basurto, Mirando el cielo

Magdalena Chocano, poesía
Nació en Lima en 1957. Estudió historia en la Universidad Católica de Lima, realizó una maestría en Ecuador y se doctoró en Estados Unidos. Actualmente es investigadora en la Universidad de Barcelona. Ha publicado diversos libros de historia y también artículos sobre la historia del Perú y México en revistas especializadas.
En el Perú conocemos la trayectoria de Magdalena Chocano como poeta, su poesía está cargada de simbolismo, indaga y trasciende buscando significados más allá de la palabra. Ella escribe al margen de la poesía peruana, tanto de su generación como de género. Lamentablemente, el esfuerzo editorial en el Perú no es suficiente y siempre ha estado en crisis, por eso es difícil encontrar sus libros. Su poesía siempre me gustó por eso he revisado varias antologías, artículos diversos y revistas para realizar una pequeña selección de poemas que espero os guste.
Ha publicado: Poesía a ciencia incierta, Lima: Safo ediciones, 1983. Estratagema en claroscuro, Lima: Instituto Nacional de Cultura, 1986. Contra el ensimismamiento (partituras), Barcelona: ediciones insólitas, 2005 y su último libro Otro desenlace editada por Veer Books.
Julio Ortega, crítico nos dice: Magdalena Chocano es reconocida como una de las voces más ciertas de la poesía joven latinoamericana. Contra el ensimismamiento (partituras), publicado en Barcelona, es un intrigante poemario que imbrica la palabra exploratoria en imágenes que grafican el alfabeto. Estos poemas configuran, así, una secuencia reflexiva sobre los poderes de la palabra. Por ello, se presentan como partituras del habla, de su nacimiento, dinámica y articulación. El habla poética como ritmo y melodía, a su vez, conforman el cosmos del lenguaje que habitamos. El poema es la revelación de ese lugar milagroso donde somos dichos plenamente, de paso, entre lo oscuro y el fuego, en el tránsito del verbo hecho cuerpo: "la melodía sin freno en la agonía de la luz." La poeta, quizá a nombre de las escritoras y sus lectores en esta hora de relevo narrativo, anuncia que "la mujer negativa es toda esencia/ la mujer en transacciones celestiales y desalmadas." Y reclama: "leamos estos nombres, veneremos la piedra incisa, el tacto."

Os dejo con una selección de poemas:

Todavía siento esta melodía en la oscuridad
una partitura hecha trizas por familias
de músicos que ejecutan una justicia
sumaria en cada recodo de la urbe
¡cuánto castigo cabe en sus notas lejanas!

Esta augusta catalepsia tiene oídos
para olés y llantos

doquier reinan y dividen las leyes draconianas
contra el tararear furtivo

las reapariciones son
un remolino de hojas
que se revuelca
en el gris del otoño

duelo y vuelo en la santa madrugada,
ojeras de un sueño repleto de agitados acordes
de rencillas con el más allá porque la belleza
no cierre el paso a otras bellezas que se niegan
a marcar el compás,
que niegan el compás,
la maquina de incidentes entreteje
¡tantos ayes!
¡tantas manos retorciéndose en desesperados regazos!

esas voces atlánticas se agigantan por los ríos del aire
vuelve una rumba insomne a inundar la orilla del durmiente
nadie debe aferrarse así
a un estribillo
de palabras que no existen
nadie que no esté de más

de más y respirando el acontecimiento
que se extingue en la lejanía de un sonido
has de creer para sentir que tienes algo,
siendo el tener cada vez más decisivo,
y el sentir, apenas sombra del tener,
y no prosigo

es
evitar la sombra
tanto como
evitar la luz

De: Contra el ensimismamiento (partituras)


la locura de ser aún cuando ya ser imposible
¡redunda, hosco río de remembranza,
Sobre el bello desequilibrio que introduce
La irreflexión en el paisaje!

Por dentro del negro tímpano de Dionisio
Basculan las voces atenienses conspirando
Ignoto oír-
-turbulentos espejos

Música extraviada en cerebral trastabilleo
Girando sobre el abdomen
Que escapa hundido ante un pubis
exaltado
tras una ráfaga de codos
esa broma de ser otro inaudible

la pincelada submarina
navega por ese cuerpo
un oleaje del sistema
ramificado de penumbra
recompone el esbozo

juegan los prisioneros a dar voces
rasgan la curvatura solitaria
ese oído se pierde en aquellas visiones
ese oído se escurre
tras el ansioso coro
manotea la perfección
del agua que agazapa
para asaltar
ese inane respiro
permitido
en la orilla

De: Contra el ensimismamiento (partituras)

25
en un parque largas horas
cuando tras la ventana oval
una sombra espíe y tiemble
crearme
crearte
esa textura de piel bajo mi mano acaba
y desliza sobre mi pensamiento
la prodigiosa diafanidad de un cuerpo
mi caminata abrazando tu cintura
nuestros pasos resuenan
en la blanca avenida mental de esta memoria
todas las calles se detienen al filo del océano
y allí estás tú
los ojos bajo el ala del sombrero
el luminoso regazo
las plantas de los pies apenas húmedas
mi blusa blanca henchida por la brisa
te cubre los hombros
cuando escuchas mi serenata
cantada en este puerto terrible de la historia
este júbilo es real porque no existe
y digo estas palabras
en las orejas de marineros ebrios y neuróticos
a los que he apartado a puntapiés
para que tú transites levemente
por las esquinas indecibles de la noche
De: Otro Desenlace

VERDADERAMENTE los planetas
Nemea y Salamina
bellísimos
ante los ojos almados
se dispersan los no mumerosos hijos
esa noche paseé con la parentela disminuida
que había quedado allí
diezmados durante ese viaje interestelar
a millones de años luz, de años sombra
la lava furbunda y belicosa
atrofiaba largamente los caminos
era difícil avanzar con medios de transporte tan arcaicos
cual es el bendito itinerario de los vientos
que trazan el camino de regreso
secreto que conoce el navegante portugués
ha jurado callar, callar, callar
imperio el suyo de silencio y tiempo.

36
este es el vacío vívido y poderoso que ningún aliento empaña
ante su áurea membrana
la especie titubea
en la sangre
está reencarnado
se extiende movedizo bajo ninguna nave
en su incandescencia inexplorable
el brillo de la mirada palidece
cuán remoto este olor
cuán infinito
este es el sobresalto
la osadía
lo que sin desear se ha deseado
la bienvenida muerte
De: Otro Desenlace

jueves, 2 de julio de 2009

Elizabeth Bishop, poesía



Elizabeth Bishop, poeta norteamericana (1911-1979)
Su vida estuvo marcada por la muerte de su padre cuando tenía ocho meses, su madre sufrió una enfermedad mental y estuvo recluida en un psiquiátrico, ella tenía cinco años. Vivió con sus abuelos pero su poesía refleja la orfandad. Tuvo una vida tormentosa.
Gracias a la poeta Marianne Moore quien la disuadió de estudiar medicina y la apoyó como poeta, decide dedicar su vida a la poesía, su amistad duró hasta la muerte de Moore. Estudió en Massachusetts y luego en Vassar Colloge en Nueva York. En 1932 entrevistó a T.S. Eliot y comienza a publicar artículos. También tradujo a Rimbaud, Baudelaire y se interesó por el movimiento surrealista. Números viajes por Europa, España, África, Brasil donde vive varios años. Conoció a Pablo Neruda, Robert Lowell, Ezra Pound. En 1956 recibe el premio Pulitzer de poesía.
Podemos resaltar que Bishop era contraria a cualquier división artística y nunca quiso aparecer en una antología de “poesía femenina” por eso también es difícil encontrarla en una antología de poesía lésbica.



Creditos del video:
Background Song: Unknown (If anyone knows which song this is, please tell)
Beginning song: Gloomy morning, suicide song (instrumental)
Creator: Madeleine Wong
Programs: Movie Maker and Adobe Flash CS4
Sound effects: www.soundsnap.com

Poema del video:

Un arte

No es fácil dominar el arte de perder;

hay tantas cosas que parecen colmadas por el deseo

de ser perdidas que su pérdida no es un desastre.

Pierde algo cada día. Acepta la confusión

de las llaves extraviadas, de la hora desperdiciada.

No es difícil dominar el arte de perder.

Practica después perder más, y más rápido:

lugares, y nombres, y las tierras a las que pretendías

viajar. Ninguna de estas pérdidas será devastadora.

He perdido el reloj de mi madre. ¡Y mira!, la última

o la penúltima de las tres casas que he amado se perdió.

No es difícil dominar el arte de perder.

He perdido dos ciudades, hermosas ciudades. Más aún,

vastos reinos que poseía, y dos ríos, y un continente.

Los añoro, pero no fue un desastre.

Incluso perdiéndote a ti (la voz risueña, un gesto que

amo) no habría mentido. Es evidente

que no es difícil dominar el arte de perder

aunque eso parezca (¡escríbelo!) un desastre.

Elizabeth Bishop, Worcester, Massachussets, 1911 – Boston, 1979.

Además, os dejo con algunos poemas que he seleccionado, espero os gusten.

El monumento
Puedes ver ahora el monumento? Es de madera
construido un poco como una caja. No. Construido
como varias cajas una encima de la otra
de mayor a menor.
Cada una está girada a medias para que
las esquinas queden en dirección de los lados
de la que está debajo y los ángulos alternen.
Y sobre el cubo más alto hay
como una flor de lis de madera desgastada,
largos pétalos de tabla atravesados por hoyos desiguales,
un cuadrilátero ceremonioso, eclesiástico.
De él salen cuatro palos finos combados
(colocados al sesgo, como varas de pescar o astas de bandera)
y de éstos cuelga una construcción aserrada,
cuatro líneas de adorno vagamente tallado
sobre los bordes de las cajas
hasta el suelo.
El monumento está instalado una tercera parte contra
un mar; dos terceras partes contra un cielo.
La escena está montada
(esto es, la perspectiva de la escena)
tan baja que no hay «distancia»,
y estamos situados a mucha distancia con respecto a su interior.
Un mar de tablas estrechas y horizontales
sobresale detrás de nuestro monumento solitario,
sus largas vetas alternando a derecha e izquierda
como las tablas de un piso —manchadas, agitadas-tranquilas
e inmóviles. Un cielo corre paralelo
y es una empalizada más áspera que la del mar:
sol astillado y nubes de fibras alargadas.
« qué no produce sonidos ese extraño mar?
¿Será que estamos bien lejos?
¿Donde estamos? ¿En Asia Menor
o en Mongolia?»

Un antiguo promontorio,
un principado antiguo cuyo príncipe-artista
pudo haber querido construir un monumento
para marcar una tumba o un límite, o para expresar
una escena melancólica o romántica...
«Pero ese extraño mar parece hecho de madera,
brillando a medias, como un mar de tablas flotantes.
Y el cielo parece de madera veteado de nubes.
Es como un escenario; ¡todo es tan plano!
¡Esas nubes están llenas de briznas relucientes!
¿Qué es esto?
Es el monumento.
«Son cajas apiladas,
con un borde calado de mala calidad y desprendiéndose,
agrietado y sin pintar. Parece viejo.»
—El sol intenso y el viento del mar,
todas las condiciones de su existencia,
pudieron haber descascarado la pintura, si es que en algún momento estuvo pintado,
y lo han hecho más acogedor.
« qué me trajiste a verlo?
Un templo de tablas en un escenario apretado y entablado,
¿qué prueba?
Estoy harta de respirar este aire malsano,
esta sequedad que agrieta el monumento.»

Es un artefacto
de madera. La madera retiene su forma mejor
que el mar o una nube o la arena,
mucho mejor que ci mar o una nube o la arena reales.
Decidió crecer de ese modo, sin moverse.
El monumento es un objeto pero esos adornos,
claveteados con descuido, que no se parecen a nada,
revelan que hay vida y que desea,
quiere ser monumento, demostrar el aprecio de algo.
La más cruda inscripción dice: «conmemorar»,
mientras una vez al día la luz lo rodea
acechándolo como un animal,
o la lluvia cae sobre él, o el viento lo sopla.
Quizá esté lleno, quizá vacío.
Los huesos del artista-príncipe pudieran estar adentro
o lejos en un suelo más seco.
Pero mínima pero adecuadamente ampara
lo que está adentro (que después de todo
no está destinado a ser visto).
Es el comienzo de una pintura,
una escultura, o poema o monumento,
y todo, hecho de madera. Obsérvalo atentamente.

Versión de Orlando José Hernández

Visitas a St. Elizabeths

Esta es la casa de los locos.

Este es el hombre
que está en la casa de los locos.

Este es el tiempo
del hombre trágico
que está en la casa de los locos.

Este es un reloj pulsera
que da la hora
del hombre conversador
que está en la casa de los locos.

Este es un marinero
que lleva el reloj pulsera
que da la hora
del hombre laureado
que está en la casa de los locos.

Esta es la rada toda de madera
a la que llegó el marinero
que lleva el reloj pulsera
que da la hora
del hombre viejo y valiente
que está en la casa de los locos.

Estos son los años y las paredes del dormitorio,
los vientos y las nubes del mar de tablas
por el que navegó el marinero
que lleva el reloj pulsera
que da la hora
del hombre cascarrabias
que está en la casa de los locos.

Este es un judío con gorro de papel periódico
que baila sollozando por el pasillo
sobre el crujiente mar de tablas
más allá del marinero
que le da cuerda a su reloj
que da la hora
del hombre cruel
que está en la casa de los locos.

Este es un mundo de libros desinflados.
Este es un judío con gorro de papel periódico
que baila sollozando por el pasillo
sobre el crujiente mar de tablas
del marinero chiflado
que le da cuerda a su reloj
que da la hora
del hombre laborioso
que está en la casa de los locos.

Este es un muchacho que da golpecitos contra el piso
para ver si el mundo está allí, si es plano,
para ayudar al judío enviudado con gorro de papel periódico
que baila sollozando por el pasillo
valsando con pasos del tamaño de una tabla de tejer
al lado del marinero callado
que escucha en su reloj
el tictac del tiempo
del hombre tedioso
que está en la casa de los locos.

Estos son los años y las paredes y la puerta
que se cerró a un muchacho que da golpecitos contra el piso
para ver si el mundo está allí y si es plano.
Este es un judío con gorro de papel periódico
que baila alegremente por el pasillo
hacia los mares de tabla que se van
más allá del marinero de la vista fija
que sacude su reloj
que da la hora
del poeta, e hombre
que está en la casa de los locos.

Este es el soldado que regresó de la guerra.
Estos son los años y las paredes y la puerta
que se cerró a un muchacho que da golpecitos contra el piso
para ver si el mundo es redondo o si es plano.
Este es un judío con gorro de papel periódico
que baila alegremente por el pasillo
caminando sobre la tapa de un ataúd
con el marinero loco
que muestra su reloj
que da la hora del hombre malvado
que está en la casa de los locos.

Versión de Orlando José Hernández

sábado, 13 de junio de 2009

Otro de mis cuentos: El amante


Balthus: Étude pour le rêve I

El Amante


Me encontraba casi dormida en el sofá-cama, esa noche como tantas otras, me había quedado a dormir en la buhardilla de mi amiga Greta. Ella dormía en una cama ancha de madera pegada al techo. Él llegó con la noche, sin hacer ruido, tan sólo escuché el susurro de sus cuerpos crispados como si la noche fuese una batalla tratando cada cual de alcanzar su precario equilibrio. Entre gemidos y susurros me fui durmiendo, con la envidia de una vida repleta de sobresaltos. A la mañana siguiente me lo presentó, se llamaba Mohamed, era alto, moreno y delgado, estudiaba un doctorado en una escuela de ingeniería en París, vivía en la “Cité”, y llegó como muchos de nosotros, los del sur, que soñamos con una vida plena.
Greta siempre estaba de buen humor, poseía la vitalidad del entusiasmo y a menudo emprendía nuevas tareas que le abrían los ojos al mundo. Su pasión por las matemáticas y la pintura la llevo a París. Nuestra amistad se iba perfilando gracias al afecto y a la pasión compartida por la poesía. Ambas éramos estudiantes latinoamericanas en París, aunque trabajábamos como el resto para mantenernos. Yo, estudiaba francés y ella seguía una maestría en matemáticas. Durante el tiempo que compartí su amistad vi desfilar una serie de muchachos, tocando la puerta de ese breve espacio llamado deseo. Nunca hablábamos de ellos, pertenecían a su mundo subterráneo. A menudo iba a visitarla y casi siempre me quedaba a dormir, pero cuando llegaba la noche y yo estaba supuestamente dormida, desde mi cama, escuchaba siempre el mismo susurro de cuerpos entrelazados a punto de resquebrajarse celebrando la danza ritual de los cuerpos.
Ellos siempre volvían, algunos como Mohamed se quedaban algún tiempo. Cuando ella se cansaba de alguno se limitaba cortésmente a rechazarlo, inventando excusas matizadas de dulzura.
La mañana siguiente en que conocí a Mohamed, me entregó sigilosamente un papel doblado, con su número de teléfono. No sabía que hacer, cuando se fue se lo conté a Greta y me dijo:
- siéntete libre. Puedes acostarte con él, por mí no hay problema.
Yo estaba sola y compartir la sensualidad de un cuerpo era como un bálsamo de felicidad, porque una ciudad como París ofrece la ilusión de sus escaparates, y nosotros, sus habitantes, deambulamos por sus calles perdidos en el anonimato de sus luces, añorando siempre cualquier indicio de ternura. Fue así como me decidí llamar a Mohamed. Me invitó a tomar un café y después a su habitación, en la Cité. Cada vez que quería expresar una idea, las frases se me atragantaban y no lograba decir más que escasas palabras. Mi intento de comunicación era un fracaso, me expresaba con gestos y miradas. Mi francés iba de mal en peor, era incapaz de mantener una conversación.
No había preámbulos entre nosotros, nuestros cuerpos se agitaban como un rumor de hojas secas e íbamos deslizándonos suavemente entre caricias hasta caer rendidos. Al final, Mohamed me abrazaba y su cuerpo pegado al mío se balanceaba, mientras sus pensamientos viajaban perdidos en el eco de otros horizontes. Entonces, un murmullo acongojado trepaba en su garganta. Cantaba la melancolía de su lejano país y las paredes de la ajustada habitación se iban hinchando de ternura.
Seguí viéndolo una vez por semana, después de su llamada. Lamentablemente, un mes más tarde nuestros encuentros se fueron distanciando. Mi mudez hacia estragos en nuestra precaria relación, era incapaz de hilvanar una frase coherente en francés. Fue así como una tarde llamó y dijo:
- Mejor será dejarlo.
Asentí con un gesto invisible desde el otro lado de la línea y añadí:
- Bueno.
Una pena me invadió repentinamente y mis ojos se llenaron de lágrimas sin saber porqué, luego colgué el auricular.
Esa misma noche fui a ver a Greta, incapaz de ocultar mi tristeza se lo conté. Cuando hube finalizado, rápidamente se dirigió al teléfono y lo llamó: inmediatamente después, soltó el discurso de novia engañada y ofendida y a su vez rompió su relación. Él, que siempre volvía con las sombras de la noche a buscar aquel chasquido de cuerpos ancestrales que ofrecía la encantadora amazona de la noche.

Por: María Germaná - En Madrid a 18 de diciembre de 2007
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Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

martes, 2 de junio de 2009

Antonin Artaud, poeta y dramaturgo francés


Cahier nº 253, autorretrato 1947

Antonin Artaud

Actualmente, la Casa Encendida en Madrid presenta una muestra de la obra de Antonin Artaud: escritor, director de escena y actor, pero ante todo un gran poeta y está considerado como uno de los grandes poetas malditos, su aporte al surrealismo fue decisivo tanto por su vida como por su obra y formó parte de este movimiento. También es conocido como el creador del Teatro de la crueldad, consiste en dar más importancia a los gestos, un impacto violento en el espectador para que libere la razón y la lógica.
La vida de Artaud nos impresiona, desde niño sufre problemas de salud, tanto físicos como mentales. En distintas ocasiones fue recluido en hospitales psiquiátricos, donde se le practicaron múltiples electroshock y lo convierten en un adicto a las drogas.
Cuando vemos sus fotos también observamos su deterioro físico y su sufrimiento. Su figura lánguida, casi trasparente como en carne viva. Su obra también es parte de ese sufrimiento y por eso nos conmueve y nos lleva a nuestros rincones más oscuros.
En la exposición, he tenido la oportunidad de ver varios de sus cuadernos, llenos de dibujos y escritos y llama la atención la estructura de su escritura, éstos son muy visuales. También he escuchado su voz con una emisión radiofónica con la obra: Pour en finir avec le jugement de diue, que fue grabada en 1947, pero su estreno fue prohíbido y finalmente fue emitido el 6 de marzo de 1973 por France Culture.

Una de sus últimas declaraciones:

"Sé que tengo cáncer. Lo que quiero decir antes de morir es que odio a los psiquiatras. En el hospital de Rodez yo vivía bajo el terror de una frase: "El señor Artaud no come hoy, pasa al electroshock". Sé que existen torturas más abominables. Pienso en Van Gogh, en Nerval, en todos los demás. Lo que es atroz es que en pleno siglo XX un médico se pueda apoderar de un hombre y con el pretexto de que está loco o débil hacer con él lo que le plazca. Yo padecí cincuenta electroshocks, es decir, cincuenta estados de coma. Durante mucho tiempo fui amnésico. Había olvidado incluso a mis amigos: Marthe Robert, Henri Thomas, Adamov; ya no reconocía ni a Jean Louis Barrault. Aquí en Ivry sólo el doctor Delmas me hizo bien; lamentablemente murió...
-Estoy asqueado del psicoanálisis, de ese "freudismo" que se las sabe todas".

Os dejo con su poesía y este video video:

El ombligo de los limbos

Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar mi espíritu.
Vivir no es otra cosa que arder en preguntas. No concibo la obra al margen de la vida.
No amo en sí misma a la creación. Tampoco entiendo el espíritu en sí mismo. Cada una de mis obras, cada uno de los proyectos de mí mismo, cada uno de los brotes gélidos de mi vida interior expulsa sobre mí su baba.
Estoy en una carta escrita para dar a entender el estrujamiento íntimo de mi ser, tanto como estoy en un ensayo exterior a mí mismo y que se me presenta como una indiferente incubación de mi espíritu.
Sufro que el Espíritu no halle lugar en la vida y que la vida no se encuentre en el Espíritu, sufro del Espíritu-órgano, del Espíritu-traducción o del Espíritu-atemorizante-de-las-cosas para hacerlas ingresar en el Espíritu. Yo dejo este libro colgado de la vida, deseo que sea masticado por las cosas exteriores y en primer término por todos los estremecimientos acuciantes, todas las vacilaciones de mi yo por venir.
Todas estas páginas se arrastran en el espíritu como témpanos. Perdón por mi total libertad. Me niego a hacer diferencias entre cada minuto de mí mismo. No acepto el espíritu planeado.

Es preciso acabar con el Espíritu como con la literatura. Quiero decir que el Espíritu y la vida se encuentran en todos los grados. Yo quisiera hacer un libro que altere a los hombres, que sea como una puerta abierta que los lleve a un lugar al que nadie hubiera consentido en ir, una puerta simplemente ligada con la realidad.
Y esto no es el prefacio de un libro, como tampoco lo son los poemas que lo indican en la lista de todas las furias del malestar.

Esto no es más que un témpano atragantado. Una gran pasión razonadora y superpoblada arrastraba a mi yo como un puro abismo. Resoplaba un viento carnal y sonoro, y el azufre también era denso. Y pequeñas raíces diminutas llenaban ese viento como un enjambre de venas y su entrelazamiento fulguraba. El espacio sin forma penetrable era calculable y crujiente. Y el centro era un mosaico de trozos como una especie de rígido martillo cósmico, de una pesadez deformada y que sin parar cae como un muro en el espacio con un estruendo destilado. Y la cubierta algodonosa del estruendo tenia la opción obtusa y una viva mirada que lo penetraba. Sí, el espacio entregaba su puro algodón mental donde ningún pensamiento era todavía claro ni devolvía su descarga de objetos. Pero paulatinamente la masa dio vueltas como una náusea potente y fangosa, una especie de fuerte flujo de sangre vegetal y detonante. Y las ínfimas raíces trémulas en el filo de mi ojo mental se arrancaban de la masa erizada del viento a una velocidad vertiginosa. Y todo el espacio como un sexo saqueado por el vacío ardiente del cielo, se estremeció. Y algo como un pico de paloma real socavó la masa turbada de los estados, todo el pensamiento más hondo se diversificaba, se disipaba, se volvía claro y reducido.
Entonces era preciso que una mano se transformara en el órgano mismo de la aprehensión. Y aún dos o tres veces giró la masa artificial y cada vez, mi ojo se enfocaba sobre un sitio más exacto. La oscuridad misma se hacía más densa y sin objeto. Todo el hielo ganaba la claridad.

Dios-el-perro contigo y su lengua
que atraviesa la costra como una saeta
del doble morrión abovedado
de la tierra que le causa ardor.

Y aquí está el triángulo de agua
que se aproxima con paso de chinche
pero que bajo la chinche ardiente
se transforma en cuchillada.

Bajo los senos de la espantosa tierra
dios-la-perra se ha marchado,
de los senos de la tierra y de agua congelada
que pudren los agujeros de su lengua.

Y aquí está la virgen-del-martillo
para masticar las cuevas de la tierra
donde la calavera del perro del cielo
siente crecer el horroroso nivel.

Doctor,

Hay un asunto sobre el cual hubiera querido insistir: es el de la relevancia de la cosa sobre la cual operan sus inyecciones; esta especie de languidecimiento esencial de mi ser, esta disminución de mi estiaje mental, que no quiere decir, como podría creerse, un rebajamiento cualquiera de mi moralidad (de mi alma moral) o ni siquiera de mi inteligencia, sino más bien de mi intelectualidad servible, de mis recursos razonantes, y que se relaciona más con el sentimiento que tengo yo mismo de mí mismo yo, que con lo que pongo de manifiesto a los demás de él.
Esta vitrificación sorda y polimorfa del pensamiento que en cierto momento elige su forma. Hay una vitrificación inmediata y llana del yo en el centro de todas las posibles formas, de todos los modos posibles del pensamiento.
Y, señor Doctor, ahora que usted está bien enterado de lo que puede ser alcanzado en mí (y curado por las drogas), de la zona de conflicto de mi vida, espero que sabrá suministrarme la cantidad suficiente de líquidos sutiles, de reactores especiosos, de morfina mental, capaces de sobreponer mi abatimiento, de enderezar lo que cae, de juntar lo que está separado, de reparar lo que está destruido.

Le saluda mi pensamiento

De "L'Ombilic des limbes"
Versión de L.S.

domingo, 17 de mayo de 2009

Otro de mis cuentos: La niñera


Foto de Bill Brandt

La niñera

La risa de las niñas ilumina sus tardes en los parques. Las niñas tras la pelota siempre corriendo de un lado a otro, a veces se deslizan en patines, y ella, Clara, sigue siempre con los ojos los juegos de Claudia y Daniela. Le gusta escuchar la risa que sale por sus pequeñas boquitas hablantinas, otras veces las escucha discutir y tiene que correr y hacer de intermediaria. Afortunadamente, a los cinco minutos vuelven a sus juegos. A veces parece que los otros niños no son más que seres extraños para las hermanas, ellas tienen su exclusivo mundo junto a ella, Clara y lo comparten con amplia ternura.
Clara recoge del colegio a las niñas, adora su trabajo de niñera y en su corazón resuenan pequeñas risas cálidas. Lleva tres años intentándolo pero todos los meses, la regla hace su aparición puntual. Esta triste y Antonio, su marido, le dice que no se preocupe, que ya vendrá, luego añade:
- Tenemos que trabajar para poder seguir viviendo aquí. Además, hay que enviar dinero a nuestros padres, recuerda, por eso estamos aquí, en España.
Cada vez que Clara intenta expresar su anhelo, Antonio le repite con firmeza la misma respuesta. Por las noches, arropaditos en la cama, sus tibias manos se estrechan, juntan sus encendidas pieles, dejando a un lado los pijamas, mientras acarician sus cuerpos con ternura, luego con la violencia que el instinto desata van encajando sus cuerpos hasta que cada cual busca abruptamente la respuesta feliz que aplaca sus apetitos.
Por las mañanas, Clara vuelve otra vez a sus angustiados pensamientos, mientras trajina con las tareas del hogar. Y luego, como todas las tardes recoge a las niñas del colegio. Cada día, una aventura: las tareas del colegio, la merienda, sus juegos, a veces vienen las peleas y no se aceptan las derrotas. Clara con la sabiduría de la ternura les habla y les habla hasta que ablanda sus corazones y sus risas espolvorean nuevamente el aire de la casa.
Cuando llega la madre, Clara se marcha, aunque esta vez, le pedirá consejo. Es una buena mujer, por eso Clara ha decido confiarle sus angustias. La madre de las niñas la escucha con atención y le dice que la seguridad social también ofrece tratamientos de fertilidad y que la ayudará a pedir una cita. A Clara le brillan los ojos, por fin podrá hacer algo.
Ha tenido que esperar varios meses para ver al especialista, pero mañana a primera hora acudirá a la consulta. Clara está sola y nerviosa, no sabe como abordar el tema, pero espera con impaciencia su turno. La llaman y la invitan a sentarse, luego el medico le pregunta:
- ¿Qué es lo que la trae aquí señora?
Clara responde:
- Doctor hace tres años que lo intento y no puedo quedarme embarazada.
- ¿Qué edad tiene?
- Treinta y ocho años.
- Debiste venir antes. Tus ovarios ya están gastados.
- Pero doctor, en mi país tratan a las mujeres incluso de cuarenta años.
- Que quieres que te diga. Regresa a tu país.
Clara se queda pálida y se le acaban las palabras. El medico alza la vista y añade:
- Los tratamientos son largos y costosos. La seguridad social sólo trata hasta los cuarenta años y tú ya estas en el límite. En fin, si quieres te hacemos las pruebas. Y le extiende una hoja.
Clara coge la orden de análisis y se marcha en silencio. No comprende que ha pasado, se siente confusa y defraudada.
Por la tarde recoge a las niñas del colegio y por un momento aparca sus pensamientos y la rutina de las niñas la envuelve con sus alegrías. Al finalizar la tarde, Clara se despide en medio del bullicio, en una reconfortante ceremonia de besos. Y, como todos días, se prepara para regresar a casa, camina por la calle y su cuerpo se contonea al ritmo de los transeúntes, camina hacia adelante esquivando sus pensamientos pero una y otra vez, las palabras del médico azotan su cabeza. Tiene los ojos clavados a sus pies y su tristeza acentúa el negro de sus rasgados ojos.
Mira su reloj, pronto serán las diez de la noche, no se había percatado del tiempo, tiene que volver a casa, antes de que su marido note su ausencia. Pasa frente a la puerta del supermercado, lo están cerrando. Mientras sacan los contenedores a la calle, unas cuantas personas aguardan con impaciencia armadas de carros de compra, una vez que los empleados los han depositado en la acera, la turba se precipita sobre éstos tratando de rescatar los mejores alimentos. Clara observa la escena, acelera la marcha tratando de volver a casa, aprisa, casi corriendo, mientras su corazón bate la pena acelerada de su confusión.

Por: María Germaná - En Madrid, a 17 de Abril de 2009
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domingo, 8 de febrero de 2009

Tarsila do Amaral, pintora brasileña



Tarsila do Amaral, pintora brasileña
Os invito a ver la obra de esta interesante pintora.

Esta semana se estrenó en la Fundación Juan March de Madrid, la exposición de la pintora brasileña Tarsila do Amaral.
Su obra está teñida principalmente de dos movimientos artisticos: la vanguardía europea de principios del siglo XX, principalmente el cubismo y el "paisaje ambiental humano" del Brasil.

Tarsila escribe: "Impregnada de cubismo, teórica y prácticamente; vislumbrando sólo a Léger, Gleizes, Lhote, mis maestros en París; recién llegada de Europa, y tras diversas entrevistas a varios peródicos brasileños sobre el movimiento cubista, sentí un deslumbramiento ante las decoraciones populares de las viviendas de Sao Joao-del-Rei, Tirandentes, Mariana, Congonhas do Campo., Sabará, Ouro-Preto y otras pequeñas ciudades de Minas, llenas de poesía popular, retorno a la tradición, a la simplicidad.
... Las decoraciones murales de un modesto pasillo de hotel; el techo de las salas hecho de bambúes de colores trenzados; las pinturas de las iglesias, simples y conmovedoras, realizadas con amor y devoción por artistas anónimos;...Encontré en Minas los colores que había amado de niña. Me habián enseñado después que eran feos y caiparas. Seguí la usanza del gusto selecto... Pero después vengué de la opresión, llevándolos a mis lienzos; azul pruísimo, rosa violáceo, amarillo vivo, verde chillón, todo en graduaciones más o menos fuertes, según la mezcla de blanco. Pintura limpia, sobre todo, sin miedo a cánones convencionales."



Luego de impregnarse de la vanguardía europea, vuelve a su tierra y saca desde el interior todo lo que el paisaje brasileño le dió siempre: la fuerza de un lenguaje pictórico cargado de pureza y belleza.